A Guillermo Rothschuch Villanueva
Adrián Uriarte Bermúdez
Recientemente durante la
efeméride de la Libertad de Expresión diversos medios de comunicación, una vez
más cuestionaron a los estados la falta de rendición de cuentas, la cual afecta
el derecho a la información y lesiona abiertamente la institucionalidad. Regularmente
cuando se leen en informes especializados este tipo de reclamos, se asume como presupuesto que la rendición
de cuentas debe ser un terreno exclusivo en el poder público y ejercido por los medios
de comunicación. Pero en realidad, ¿este principio tiene validez o debe ser
universal para todos los actores en la sociedad?
En Nicaragua pareciera ser
que el campo de acción de rendición de cuentas inicia y termina con el estado. Cuando
se aprobó la Ley de Acceso a la Información Pública (LAIP) se pensó que la
fiscalización de los medios se extendería hacia otros sectores que manejaran recursos
e información de interés pública. Pese a la existencia de la LAIP, la
fiscalización continúa limitada al gobierno. La presente ley hasta ahora no ha
podido reconfigurar la lógica con que históricamente desde los medios se ha tejido
la cultura de rendición de cuentas. La actual forma de ejercer fiscalización ha
dado como resultado, grandes déficit de rendición de cuentas de otros actores
en la sociedad, incluyendo a los mismos medios de comunicación.
En la actual sociedad de la
información, la rendición de cuentas no tiene sentido sin el filtro de los
medios. De hecho se asume como válida la simbiosis rendición de cuentas-medios
de comunicación. ¿Hasta qué punto es cierta esta tesis considerando que
Nicaragua es una sociedad que no escapa a la influencia de los medios? Desde
esta perspectiva algunos medios se han constituido en un súper poder incidiendo
unos más que otros, en la agenda pública, y determinando la temática sobre la
que deben discutir empresarios, partidos políticos, iglesias, ONG, universidades,
iglesias, asociaciones y gobierno. Estos medios todos los días pujan por
ejercer el mayor control en la opinión pública, desde los intereses de ciertos
grupos de poder.
Los medios no son uniformes.
Hay medios que ejercen influencia como medio de entretenimiento, y otros que
ejercen influencia ideológicamente. Los del segundo grupo, centran su atención
por ubicarse en la cúspide de la pirámide de la opinión pública. El poder real
de estos medios permite clasificárseles como un poder paralelo al poder oficial.
Los medios que abiertamente hacen contrapeso a la agenda del gobierno, pugnan por situar sus propios intereses,
muchas veces al margen de información de interés pública. Lejos de ser medios
de contrapoder terminan comportándose con la misma lógica del poder oficial: hablan
en nombre de la ciudadanía y se vuelven reacios a rendir cuentas.
El poder paralelo en que se han
convertido algunos medios en Nicaragua, contradice abiertamente el principio de
libertad de expresión que los medios demandan a los estados. Similar a los
diversos mecanismos de censura indirecta que denuncian en foros internacionales,
precisamente por tomar distancia del discurso oficial y ejercer fiscalización,
irónicamente algunos medios actúan con la misma lógica de poder, contra
aquellas voces que se atreven a cuestionar la función que ejercen en la
sociedad; y también con la misma lógica de poder, inventan censuras indirectas e
intimidan para desacreditar toda voz crítica. La crítica sólo tiene cabida si
es para el gobierno.
La rendición de cuentas no
puede sólo ser en una vía. Este planteamiento resulta ajeno a la ética y
principio de libertad de expresión. Propio del poder autoritario que no admite
crítica y aplica mordazas contra quienes consideran opositores a su régimen. En
el juego de la democracia y la libertad de expresión, la rendición de cuenta es
el espejo crítico de todos los actores que dicen ser los mediadores de la
ciudadanía: gobierno, iglesias, ONG, universidades, partidos políticos, y
medios de comunicación. No es suficiente que los medios demanden libertad de
expresión, si desde el seno de las salas de redacción todavía no se muestran
receptivos a las críticas, ni muchos menos se plantean crear la figura del
defensor del lector como expresión de rendición de cuentas.
*Comunicólogo
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