sábado, 28 de abril de 2012

Una epidemia en silencio

Cindy Fuller*

“Rosa”, nació en Managua, y “María”, en la ciudad de León, además de ser mujer, tiene en común las secuelas sicológicas del abuso sexual, las cuales quedaron marcadas desde la infancia. Sus casos forman parte del subregistro estadístico nacional porque nunca rompieron el silencio, y por primera vez, se han atrevido hacerlo después de 15 años.

El drama de “Rosa” inició cuando tenía cuatro años. Su tío paterno, abusó de ella. Todo empezó una mañana de 1998. Ella relata que su abusador, recurrió a los métodos clásicos para ganarse la confianza en sus padres. El tío, “cariñoso” le llevaba algunos pequeños presentes a la niña, y premios por el buen comportamiento de “Rosita”.

La familia de “Rosa” pertenecía al gran segmento de pobreza del país. El papá de “Rosa” se ganaba la vida como guarda de seguridad, con un salario muy por debajo de la canasta básica. Su mamá, se dedicaba por completo atender el hogar. Una debilidad que el abusador aprovechó para comprar de cierto modo la voluntad de los padres de “Rosita” con algunos préstamos económicos.

“Rosita” en su inocencia, nunca supo lo que había sucedido. Sin embargo, poco a poco mientras fue creciendo escuchó los comentarios, y por primera vez, entendió el significado de su situación.

Al tomar conciencia de su abuso, los efectos emocionales comenzaron a notarse en su personalidad. El cambio de comportamiento fue radical, de ser una niña alegre pasó a un letargo. Quienes más conocían su personalidad, percibieron que algo pasaba, pero nadie pudo encontrar respuestas a tantas preguntas.

Aunque su rostro de niña mudó a adolescente, su mirada continuaba siendo triste, y su sonrisa seguía sin ejercitarse.

Contrario a la secundaria, donde carecía de amigos quienes les brindaran un consejo sobre su situación, la secundaria fue un espacio clave para romper el silencio.

“Encontré personas que me apoyaron, y que me brindaron su amistad incondicional, cada momento lo recuerdo como que si fuera ayer. Mis compañeros de clases supieron comprenderme y ayudarme a seguir avanzando de manera lenta pero satisfactoria”, comentó Rosa.

“María”, nacida en León, desde niña su personalidad se caracterizó por ser alegre y soñadora.

Pero cambió radicalmente cuando la misma persona, que según la visión patriarcal debería ser la figura que brinda calor, protección y seguridad: el padre, fue precisamente la persona que fue su abusador.

El padre de “María”, un bebedor consuetudinario, abusó sexualmente de ella cuando apenas tenía 8 años de edad. Un hecho que recuerda como si fuera ayer.

“Ocurrió un 18 de febrero del 2002. Estaba sola cocinando. Mi papá llegó muy tomado y furioso, pues había perdido mucho dinero en peleas de gallo. Mientras le serví la comida él me desconoció y me abusó”, recuerda consternada.

“María” desde que nació vivió en un vacío emocional. Su mamá la abandonó, inclusive antes de su abuso.

Su infancia también formó parte de las gruesas estadísticas sociales del trabajo infantil, desde niña para poder sobrevivir tenía que vender tortillas y galletas.  

Un día cansada, sin conocer que existen instituciones y ONG, que brindan protección especial en situaciones de abuso sexual, a la  niñez, adolescencia y mujer, decidió emigrar a Managua, confiando en que otra familiar le tendiera una mano solidaria.

Un año después “María” salió embarazada, al parecer las circunstancias del embarazo supuestamente fue producto de otro incesto, un hecho que señalan familiares y amigos, pero que “María” niega.

Las afirmaciones de familiares y amigos obedecen a que ¿por qué “María”, cuando salió embarazada se vio obligada a retornar a su natal ciudad universitaria? ¿Quién la obligó a guardar silencio? ¿Por qué la obligaron a salir de esa casa en Managua?, señalan.

Aunque la vida de “María” y “Rosa”, tuvieron un giro socioeconómicamente más dingo, e inclusive formaron familia, como el caso de “María”, las huellas sicológicas continúan fresca.

“Sufro mucha depresión a pesar de la ayuda mis compañeros de clase”, narra “Rosa”.

“No he sabido nada de mi padre, pero lo perdono aunque haya marcado mi vida, pero todo se lo dejo a Dios”, expresa “María” con lágrimas en los ojos.

Una epidemia

El caso de “María” y “Rosa”, no son hechos aislados. Las historias de vida de ambas, quizás representan a miles y centenares de niñas y adolescentes en Nicaragua, cuyos casos de abusos sexuales quedan en el silencio y la impunidad, producto del temor, desconocimiento de la ley, y falta de diálogo de las víctimas con los padres.

También porque muchas veces, se repite el mismo patrón de comportamiento del origen del abuso, siendo irónicamente en el seno del hogar.

Un estudio del departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública, de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional Autónoma de León (UNAN-León), indica que de 488 mujeres entre las edades de 15 a 49 años, el 60 por ciento reconoció haber sido víctima de algún tipo de violencia física, sexual o psicológica en su vida.

La misma fuente señala que de 213 mujeres seleccionadas, el 26 por ciento de ellas habían sufrido algún acto de sexo forzado en sus vidas, y de 153 varones, el 20 por ciento sufrieron iguales abusos.

El estudio arroja que del total de personas abusadas, el 35 por ciento sufrieron esa experiencia antes de cumplir los 12 años.

Durante una conferencia en UCC, sobre los alcances de la nueva Ley Integral contra la Violencia hacia las Mujeres, Juanita Jiménez, feminista y defensora de derechos humanos, señaló que el primer paso que deben dar las personas víctimas de cualquier forma de abuso sexual es romper el silencio denunciando el hecho ante la Policía Nacional.

Jiménez, explicó  que la nueva ley es un excelente instrumento jurídico para respaldar a las víctimas de abuso sexual y un mecanismo del que todas las adolescentes y mujeres deben empoderarse para hacer valer sus derechos ante las instituciones establecidas.

Las cifras del dolor

Según la Comisaría de la Mujer del Distrito Siete de Managua, en el año 2010, se registraron 6,154 delitos de los cuales 33 pertenecen al delito de violación, 4 violaciones a menores de 14 años, 1 violaciones agravadas y 28 violaciones.

En el  2011 se registraron 4623 denuncias, de los cuales 31 pertenecen al delito de violación: 8 violaciones a menores de 14 años, 4 violación agravada y 19 violaciones.

De a Enero a Marzo del 2012, se reportan 1336 denuncias, de las cuales 13 pertenecen al delito de violación: 4 violaciones a menores de 14 años, 2 violaciones agravadas y 7 violaciones.

*Estudiante de Comunicación y Relaciones Públicas, UCC.

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